The Social Dilemma:
Where is my mind?
Movies in Madness número 14.
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Post-it de colores pegados por las paredes, ideas que quiero bajar a tierra para que sean posibles de leer. Siempre fue más sencillo en la poesía, la comprensión no era más que un daño colateral, pero ahora...
Los velos, las cortinas que cubren los engranajes de nuestra mente como espejismos de colores. Por un lado las palas que desentierran verdades dolorosas, por el otro los algoritmos que nos distraen de tener algo en qué pensar. Pero, ¿Dónde trazo la línea que te permita comprenderme? ¿No soy yo también minería y purpurina? ¿Qué tantas ganas tenés de pensar en esto? ¿Vas a cerrar la pestaña del navegador? ¿Mis ideas van a morir en tu bandeja de spam?
En el medio murmuro la melodía del tema de Pixies y los edificios se derrumban en mi mente como un ejercicio de visualización de esos que hago cuando me gana la ansiedad.
Your head will collapse and there's nothing in it
And you'll ask yourself: Where is my mind?
Bienvenido a esta nueva edición de Movies in madness, espero que algo de esto resuene en vos.
Siempre que pienso en estas cosas me acuerdo de una escena de Stranger Things (cuando Stranger Things todavía era una producción preciosa y nostálgica que nos caló a los outsiders amantes de la ciencia ficción y el terror de los 80). Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) están tratando de entender qué carajos pasa en Hawkins y terminan hablando con Murray Bauman (Brett Gelman), personaje que es presentado como si no tuviera todos los patitos en la fila. La cuestión es que este les dice que hay una cortina que separa la "realidad" del mundo que vemos, pero que no se la puede correr de un tirón, porque el común de la gente no está lista para verla y enloquecería.
Obviamente Murray se refiere a inframundos y demogorgons, pero no está tan lejos de lo que decía Platón hace 3 mil años, ni tampoco está tan lejos de lo que plantean algunos movimientos sociales hoy en día. ¿O no les pasó nunca de querer explicar el patriarcado y que sus interlocutores los trataran igual que si estuvieran batiendo frente a sus caras la máquina de Los Cazafantasmas?
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Las capas de realidad y comprensión de la misma son muchas, y esta claro que, si esto era un problema sin respuestas precisas antes, con las redes sociales empeora. La post-verdad, las fake news, los algoritmos diseñados para insertarte en la mente aquello que querés creer, aquello que querés leer, aquello que te va a dar la serotonina suficiente para que te quedes atrapado a la pantalla y a la vez te va a quitar el autoestima suficiente para que dejes de ser una persona autónoma.
Ahora no sólo desconocemos qué se esconde detrás de todas esas cortinas, sino que elegimos (a conciencia, o no) seguir sumando capas de tela individualizadas.
Sabemos que la generación X y los boomers se creen todo lo que les aparece en su inicio de Facebook, mientras que los centennials repiten como fuente científica indiscutida información de TikTok. ¿Y los que estamos en el medio? ¿Nos consideramos exentos? ¿Somos tan vanidosos cómo para convencernos a nosotros mismos de ser los únicos conocedores de la verdad?
Y a todo esto... ¿Cuál sería la verdad? ¿Hay una sola verdad divina que buscar y emular como creía Platón? ¿O hay posibilidad de consenso democrático? ¿Podemos considerar verdad a lo que cree la mayoría? ¿Podemos imponérsela? ¿Debemos convencerlos sutilmente? ¿Estamos seguros de lo que creemos nosotros mismos?
Todos construimos nuestros alter-egos y nos encontramos actuando de manera constante. No somos la misma persona frente a nuestros amigos que cuando vamos a rendir un final o, sin ir más lejos, a comprar algo al quiosco o ¡¡al llamar por teléfono!!
Sin embargo, a pesar de las continuas influencias que recibimos por el simple hecho de vivir en sociedad, hay algo en esas actuaciones que nos pertenece, que podemos distinguir y separar como aquello correspondiente a nuestra personalidad. Pero, ¿Quiénes somos en las redes sociales? ¿Dónde priorizamos nuestras elecciones individuales cuando dejamos de responder a los estímulos de nuestro entorno para enfocarnos en la respuesta de un algoritmo?
Y seguro, sí, nos adaptamos a las revistas, a la televisión, pudimos ver los hilos de los maniquís en las rinoplastias y los ácidos hialurónicos. ¿Pero realmente estamos tan seguros de poder responder de manera avispada a una tecnología que avanza muchísimo más rápido que la propia adaptación de nuestro cerebro? ¿Estamos seguros de estar eligiendo nuestras acciones, nuestros deseos, incluso nuestras luchas?
Hay un documental en Netflix llamado The Social Dilemma donde tratan en mayor profundidad muchas de las cosas que en este newsletter voy a pasar un poco por arriba.
No es que no quiera desmenuzarlas en profundidad (todo lo contrario), es que realmente me siento Bart con la tapa forrada en aluminio sobre la cabeza y no quiero perderte en el medio de mis desvaríos. Sé que no vas a desinstalar ninguna red social después de esto, ni desactivar las notificaciones. Probablemente ni mires el documental. Mi búsqueda es mucho más chiquitita, mi intención es que algo de todo lo que digo te haga un poquito de ruido. Nada más.
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Hacía rato que quería escribir sobre los velos. Sobre la filosofía quitándolos. Sobre las redes sociales multiplicándolos. Y sobre el cine como un vaivén constante que algunas veces se dedica a lo primero, mientras muchas otras se dedica a lo segundo. Y acá también podemos hablar de cómo los cultos, snobs, fanáticos del cine Indie menospreciaron Barbie sin haberla visto porque se creen más despiertos que el resto de la sociedad (inserte aquí el capítulo de Los Simuladores dónde Mario Santos pregunta ¿Sabés cuánto factura el negocio de la rebeldía?), pero eso es discusión para otra entrega.
La cuestión es que no había empezado este borrador hasta que ayer leí en Instagram (parece joda, pero es así) a una amiga decir que estaba agotada de esa red social porque sentía que la despersonalizaba, que no se hallaba en ningún discurso y que se perdía a ella misma en esa búsqueda.
Sí, el empujón para finalmente escribir estas palabras sobre el peligro de las redes sociales me lo dieron las redes sociales. Porque visibilizar el entramado del engranaje no significa que podamos salir de este, y esa creo que es una cuestión fundamental: Que hayamos abierto los ojos no significa que estemos afuera (y no sé mucho de verdad, pero estoy bastante segura de eso).
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Desistalé TikTok, desde que empezó el año me propuse no tuitear más (y por ende ya tampoco lo leo tanto) y estoy intentando encontrar el equilibrio entre usar Instagram para mi trabajo, pero no para mi vida personal. No es un tip ni una recomendación de vida, fue producto de un colapso. Yo que estudio filosofía, que leo sobre feminismo, que trato de estar al día informándome constantemente por distintos medios antagónicos entre sí, me había olvidado de quién era.
Me sentía obesa, monstruosa. No quería salir a la calle porque nada de mi ropa ocultaba (y menos en verano) el cuerpo que tengo y que no figura en mi celular. Todavía detesto cómo salgo en cámara al punto tal que pedí que en la promoción de la última antología en la que participo mi nombre saliera sin foto. Me encontré deseando ropa beige y marrón, ¡¡BEIGE Y MARRÓN!!, si algún día me visto así mátenme y desinstálenme Pinterest, en ese orden.
Obviamente cuando bajé mi consumo de redes sociales y empecé a prestar más atención en la calle me di cuenta que mi cuerpo era exactamente igual a cualquier otro. Que tengo el cuerpo más mediocre y típico del planeta (y lo digo como un elogio). Esos cuerpos existían y estaban a mi al rededor, dónde no estaban era en las influencers de dietas Keto de mi algoritmo.
Y por ahí vos leas esto y pienses "yo no tengo ningún problema con mi peso y me fascina la ropa marrón". Me alegro un montón por vos, pero ¿Estás tan seguro de no estar comiéndote un viaje distinto? El pasto siempre fue más verde del otro lado, el problema es que ahora cargamos con una vidriera de pastos fluorescentes que llevamos a todos lados en nuestro bolsillo.
(Not Okey o Falsa Influencer, disponible en Star+)
No creo que ya estemos en posición de poder hacer análisis precisos de cómo nos afectan las redes sociales ni de cuánto nos alejan de la realidad. La tecnología que les dio vida avanza más rápido que nosotros e incluso se encuentra fuera del control de los mismos ingenieros que la crearon. Una IA que aprende a medida que absorbe los datos que tan generosamente le brindamos, se reconfigura, se fortalece, se vuelve más persuasiva.
Por otro lado, la individualización del algoritmo deja a las observaciones generalizadas obsoletas. Pueden medirse en números algunos de los efectos, pero no pueden presentarse las contraindicaciones como un prospecto universal. Sin ir más lejos, todavía no conocemos la mayoría de las consecuencias del COVID, ¿Qué nos hace pensar que ya sabemos cuales serán las consecuencias de una tecnología que cambia entre que escribo estas palabras y vos las lees?
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Perdón, no quería bajarla tanto. Ayer escuchaba al Duki (no se pueden quejar de que mis influencias culturales no sean variadas) decir que los pibes ya no probaban nada por miedo a hacerlo mal. Porque veían en las redes que otros lo hacían excelente y, cómo a ellos no les salía así, se desanimaban. Nadie se la pasa publicando sus errores. Y lo que sumaba a esto era que obviamente te va a salir mal a la primera, a la segunda, a la tercera, si no tuvieras nada que aprender no habría chiste, pero que la gracia estaba en seguir. En soltar el celular y probar algo nuevo.
Espero que te sirvan las dudas para poder crear tus propias respuestas, no sé si yo puedo darte una conclusión, sólo deseo que no te pierdas de vos.